Si ocurriera hoy una catástrofe global no podríamos sobrevivir a un largo período sin luz solar, a una glaciación generalizada, a inesperadas emisiones estelares… Que una simple especie animal como la nuestra pueda superar la adversidad a la que puede ser expuesta por todo un planeta, todo un sistema solar o toda una galaxia requeriría una precisa conjunción de esfuerzos, y la humanidad, en todas sus acepciones, se encuentra indignamente compartimentada por inútiles fronteras levantadas con un ciego utilitarismo. Un planeta, Un Estado; un corazón, millones de latidos simultáneos, tal y como se cuenta en El sol negro, o acabaremos convertidos en una insignificancia cósmica más.
Si he visto más lejos es porque estoy sentado sobre los hombros de Gigantes, escribió Isaac Newton a Robert Hooke. La frase no es original de Newton, y puede que en realidad se trate de una soterrada invectiva dedicada a su interlocutor. Ya en 1159 Juan de Salisbury escribía en su obra Metalogicon: Decía Bernardo de Chartres que somos como enanos a los hombros de gigantes. Podemos ver más, y más lejos que ellos, no por alguna distinción física nuestra, sino porque somos elevados por su gran altura.
Autores como Poe, Borges, García Márquez, Cortázar o Juan Rulfo son los gigantes sobre cuyos hombros se ha formado una pasarela con los veinticuatro relatos que aquí se presentan, relatos de este y de otros mundos, esos a los que tratamos de llegar desde que somos humanos con preguntas, historias o religiones en el perpetuo atravesar de una frontera sin salida. Este recorrido es el que pretende recrear a escala dicha pasarela, y es de esperar que los lectores disfruten según atraviesen la vertiginosa estructura que batallones de laboriosos y testarudos enanos levantaron apoyándose en escarabajos de oro, senderos que se bifurcan, aviones de bellas durmientes, noches boca arriba, Luvinas: —¿Qué es? —le dijo; —¿Qué es qué? —le preguntó; —Eso, el ruido ese; —Es el silencio hablaban entre ellos los constructores sin dejar de discutir y de trabajar colgados sobre el abismo.
Estoy otra vez aquí, en esta oscuridad con palabras. Ahora, sin ti, soy oscuridad y soy palabras. Así comienza esta novela, con la carta que Alejo escribe a su distante amada. El de escribir la carta es el mejor de todos los momentos en los días del protagonista, ocupados casi por completo en cuidar a sus numerosísimos abuelos y en elevar la ya muy alta torre en la que viven para poderlos acoger. La humanidad ha conseguido vencer la batalla a la muerte, encontrando la clave en los instantes finales de la decrepitud de las personas, que, en vez de morir, y tras un breve proceso transitorio, viven prácticamente para siempre. Pero hace tiempo que un cataclismo cósmico detuvo la rotación de la Tierra, y sus habitantes han de recrear los días y las noches con colosales máquinas que transportan ciudades enteras a través de la frontera entre la luz y la sombra para que los ritmos circadianos con los que ha sido esculpida su vida no colapsen, para no ser destruidos.