en 2002 cayó en mis manos una cámara digital compacta, el primer modelo que salió al mercado. Llevaba muchos años fotografíando las distintas fases de las obras civiles en las que participaba como vigilante o supervisor de obras, pero nunca había apuntado, por ejemplo, a un horizonte, y con la nueva cámara todo parecía prodigioso. Acababa de cumplir 40 años: un año después publicaba Nuboides, un libro de poesía experimental con base de fotografía, caí en la cuenta de que también podía escribir novelas con la cámara y puse en pie la colección Naturalezas, con la que llevé a cabo mi primera exposición individual de fotografía a los tres años de aquella fotografía del horizonte… Tuve la sensación de haber estado toda mi vida creativa con los guiones para largometraje y las novelas en una suerte de cueva de Platón, con dos años como mínimo para crearlos entre cuatro paredes con y sin bombilla, seis meses hasta recibir el primer rechazo, otros seis meses o un año para el segundo… (solo había conseguido publicar la novela Vertical hasta ese momento); sin embargo, podía disparar una fotografía por la mañana y verse en el mundo entero poco después o podía tenerla colgada en la pared por la tarde. Desde entonces, la luz que tanto me costó crear a golpe de palabras y frases me acompaña ahora desde el mismo momento en que salgo de casa, y mi única preocupación es estar a la altura de tanta belleza y misterio